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Discurso de Viktor Orbán pronunciado en la XXXIV edición de la Universidad Libre y Campamento Estudiantil de Bálványos

¡Buenos días, Damas y Caballeros! ¡Distinguida Universidad Libre!

En este ciclo gubernamental, esta es nuestra última ponencia: una intervención de clausura del mandato. Mi plan es que el próximo año podamos ofrecer aquí una ponencia de apertura de ciclo gubernamental. Clausura del ciclo — implica algún tipo de balance. Yo tampoco puedo eludirlo. Además, el mundo está patas arriba y hay intrigantes temas de gran actualidad, así que hay mucho que decir, en un tiempo limitado y con un moderador estricto. Propongo avanzar de forma que primero vamos a quitarnos de encima los asuntos de actualidad obligatorios, y después profundicemos en los temas esenciales. Veremos cuánto aguantamos — o, mejor dicho, cuánto aguantan ustedes ahí, asados al sol.

El primer tema de actualidad son las elecciones del próximo año en Hungría. Democracia, quiere decir que todas las elecciones son abiertas. Y eso es lo hermoso, pero también lo arriesgado en ellas. Nunca hay garantías. Quien busque garantía de victoria, se ha equivocado de lugar. Será como el pueblo decida. Hoy les puedo decir, según nuestras encuestas internas, que, a ocho meses de las elecciones, si se celebraran este domingo, ganaríamos en 80 de los 106 distritos electorales uninominales. Eso supondría una victoria contundente y una mayoría aplastante, pero yo no estoy satisfecho con ello. Les pido a ustedes que tampoco lo estén, porque en 2022 ganamos en 87 distritos. ¿Por qué deberíamos conformarnos con menos en 2026? ¡No lo haremos! Quiero recordarles que cada elección húngara conlleva el mayor riesgo para los húngaros que viven fuera de nuestras fronteras. Siempre se puede elegir entre dos destinos posibles. El credo de la oposición húngara, dirigida desde Bruselas, ya se manifestó cuando fueron a Oradea y lo único que dijeron fue: “tierra rumana”. Quien tenga oídos para oír, entiende lo que eso significa. Nosotros representamos justo lo contrario. Nosotros decimos que el Estado es el que tiene fronteras, pero la nación no las tiene, por eso, con un gobierno nacional siempre se puede contar. Siempre defenderemos a los húngaros, lucharemos también por ustedes, y les pido que ustedes también defiendan su propio futuro.

Segundo tema de actualidad: Anteayer, más precisamente el miércoles por la noche, tuve la oportunidad de encontrarme con el nuevo primer ministro de Rumanía. Quisiera decir unas breves palabras al respecto. Es mi vigésimo cuarto homólogo. Aun así, en nosotros, los húngaros, la equidad todavía no ha desaparecido por completo, eso espero. Y cabe añadir que la estabilidad del sistema político rumano —a diferencia del húngaro— no depende de la estabilidad de los gobiernos ni de la permanencia de los primeros ministros, sino de los presidentes del Estado; por lo tanto, hay que ser cautelosos al sacar conclusiones a partir de este número. Los rumanos también tienen sus capacidades políticas para mantener la estabilidad de su propio sistema. Puedo decirles que me encontré con un político de peso, originario de Oradea —alguien que se mueve en el mismo sistema de códigos y patrones culturales que nosotros—, un patriota rumano que luchará por los intereses nacionales de Rumanía, de esto no debe haber duda, y que al mismo tiempo desea y está interesado en éxitos conjuntos rumano-húngaros, y también trabajará para ello.

Por lo tanto, hay una oportunidad para una buena cooperación, si logra superar la difícil situación económica en la que se encuentra Rumanía, situación que no me corresponde calificar, pero puedo decir que me encontré con un primer ministro que tiene posibilidades para enfrentar este desafío.

En tercer lugar, la tercera actualidad: en Hungría viene calentando los ánimos que hayamos prohibido la entrada a Hungría de una banda de rock antisemita y que ensalza el terrorismo. Es importante decir que Hungría es una isla de libertad y paz en un mundo convulso; en nuestro país nadie puede ser maltratado por su origen o religión, ni siquiera verbalmente. Los organizadores podrían haber tenido suficiente sentido común para no invitarlos y no poner a Hungría en esta situación.

Sin embargo, hay un fenómeno en el show business en Hungría. Uno llama “escoria” a quienes no le gustan, otro le pega un disparo en la cabeza al primer ministro en pleno escenario, y un tercero invita a una banda antisemita que apoya el terrorismo; algo claramente se ha salido del lugar en el showbiz húngaro antes de las elecciones. Entiendo que todos viven del dinero, pero el dinero no puede ser tan importante.

La cuarta actualidad: aprovecho esta oportunidad y utilizo la atención intensificada de hoy para anunciar el lanzamiento de los Círculos Cívicos Digitales. Ya hemos fundado el primer Círculo Cívico Digital. Cuando termine mi intervención y deje el micrófono al final de esta presentación, este primer círculo y su sitio web estarán ya en funcionamiento: toda la información estará disponible allí. La creación de los círculos cívicos digitales tiene relevancia electoral, pero va mucho más allá; ya que nosotros, la comunidad húngara de derecha, cívica, cristiana, conservadora y nacional, también tenemos que empezar a hacer algo con el espacio virtual. Hoy en día, este es un territorio hostil, y esto no está bien. ¡Se necesita una fuerza cívica digital!

Seguramente ustedes también se han dado cuenta de que, en los últimos quince años, algo ha cambiado en el mundo. Hemos cambiado los cafés por webcams, los encuentros con amigos por foros, hemos trasladado nuestras conversaciones a ventanas de chat, y si algo no empieza en internet, simplemente no ocurre. Este cambio ha arrasado todo el mundo occidental. No tiene nada de particularmente húngaro. Sin embargo, hay algo que sí es particularmente húngaro: la grosería, las ofensas, el troleo y la violencia digital. A quien se atreve a asumir su convicción cívica —que no sea de izquierda, ni progresista, ni liberal— lo atacan, lo ridiculizan, lo humillan en su dignidad. El espacio digital está dominado por comunidades construidas sobre el troleo, la destrucción y la división. Por eso tenemos que actuar: debemos reorganizar nuestras comunidades conforme a la era moderna. Debemos asumir que una comunidad solo funciona si cuenta con un pilar digital. Debemos crear un contrapunto a la cultura de la destrucción: la cultura de la construcción, de la edificación nacional, de la creación y del amor por la patria, también en el espacio digital. Contra la agresión digital de los del partido Tisza, ya hemos creado el Club de los Guerreros, lo cual es importante. Pero luchar no es para todos: hay quienes están ya definitivamente hartos de los conflictos. Por eso se necesita un lugar, un espacio también para aquellos que no quieren participar en combates políticos directos, pero sí desean contribuir a la construcción del país. Hace falta un espacio, un apoyo, protección política y comunitaria. Se necesitan muchos círculos cívicos digitales.

¡Estimados campistas!

Esto también tiene relevancia desde el punto de vista de la soberanía nacional, ya que los globalistas, los izquierdistas y los partidarios de la guerra ya están causando estragos en el espacio digital. Nosotros también necesitamos una conquista digital. Tenemos que crear un sistema inmunológico, tenemos que establecer nuestro propio código fuente moral y nuestro algoritmo nacional. ¡Ánimo, círculos ciudadanos digitales!

La quinta actualidad: en casa hay un debate sobre qué ganaron los húngaros con la victoria de Donald Trump. Me gustaría aportar a esta discusión y decirles que, en primer lugar, con su victoria logramos evitar —por ahora— una guerra mundial. Se eliminó la discriminación política contra Hungría, se levantaron las sanciones económicas contra la central nuclear de Paks —lo que nos permite completarla—, y comenzaron a llegar inversiones estadounidenses a Hungría. Hasta ahora se han realizado cuatro inversiones destacadas en el ámbito de la investigación y el desarrollo, y se esperan tres más en septiembre.

Bueno, estimados campistas, ha llegado el momento de despedirnos de los interesados superficiales y de la prensa, y zambullirnos de lleno en los asuntos serios. ¿Habrá una guerra mundial? No hay una respuesta segura. Con la toma de posesión del presidente Trump, las probabilidades han disminuido, pero no han desaparecido. Lo que observo en la política internacional es que todo el mundo siente el frío viento precursor de la guerra. Expongo los resultados de una investigación europea. La pregunta era: “¿Estallará una tercera guerra mundial en los próximos cinco a diez años?” Los franceses dijeron: sí – en un 55 por ciento; españoles: sí – 50 por ciento; italianos: sí – 46 por ciento; estadounidenses: sí – 45 por ciento; británicos: sí – 41 por ciento; alemanes: sí – 41 por ciento. Mientras tanto, se están publicando decenas de estudios, libros y análisis sobre el problema de una tercera guerra mundial. Lo que quiero decirles es que el viento que precede a la tormenta no siempre va seguido de la tormenta. Pero hay sombras ominosas. He recopilado los presagios que se logró identificar antes de las guerras mundiales anteriores, porque las guerras mundiales rara vez estallan de forma inesperada: hay señales, procesos que nos conducen a la guerra. Los signos que he encontrado son los siguientes: antes de cada guerra mundial, siempre aumenta la rivalidad entre las grandes potencias. Sobre esto hablé aquí hace dos años —“hay dos soles en el cielo”, si lo recuerdan—, y ahora les digo que, si se trata de guerra, entonces no hay dos, sino tres soles en el cielo. Tras la guerra ruso-ucraniana, Rusia ha vuelto al mapa mundial. En el cielo hay un sol ruso, chino y estadounidense. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas tiene cinco miembros, de los cuales Francia y el Reino Unido, en cuanto a fuerza de disuasión nuclear, representan una categoría inferior. Solo tres miembros tienen una fuerza militar seria: Rusia, China y Estados Unidos. Otro signo es que antes de cada guerra mundial, aumenta el número de conflictos armados. En 1990 había 111 conflictos armados en el mundo; en 2024, 184. Desde 2010 se ha duplicado el número de conflictos que involucran a Estados, es decir, no solo son conflictos armados, sino también interestatales. Antes de toda gran guerra se intensifica la carrera armamentística. He consultado las cifras: entre 1990 y 2025, el gasto militar se ha multiplicado por 1,5; la facturación de las cien mayores empresas de armamento del mundo también ha aumentado 1,5 veces. Además, gran parte del rearme se financia con deuda, lo que significa que las armas, como inversión, deben rentabilizarse. Y en el caso de las armas, la rentabilidad es la guerra. Un presagio de grandes guerras es la formación de bloques en la economía mundial; al menos en las dos ocasiones anteriores fue así. Los grandes bloques geopolíticos cierran sus mercados entre sí. Lo he contado: en diez años se ha multiplicado por cinco el número de medidas restrictivas del libre comercio en la economía mundial. Y también es un presagio de guerra el aumento de la migración, que hoy llamamos inmigración. En comparación con 1990, la migración global se ha duplicado: hoy afecta a 300 millones de personas. Por tanto, en lo que probablemente sea la cuestión más importante —si habrá una tercera guerra mundial—, lo que puedo afirmar con responsabilidad es que la probabilidad de una guerra mundial está aumentando continuamente.

¿Qué se deduce de esto para los húngaros? La primera consecuencia: sangre fría, serenidad, calma estratégica. Por ejemplo, no debemos admitir a Ucrania en la Unión Europea —con lo que importaríamos también la guerra— ni siquiera si todo Bruselas se pone patas arriba. La segunda consecuencia de esta situación es que debemos hacer esfuerzos por la paz. Las limitaciones del peso diplomático y de la influencia política y de poder de Hungría son evidentes. Yo mismo lo experimenté cuando, hace un año, visité al presidente Zelenski en Kiev e intenté convencerlo de acordar un alto el fuego, o incluso —Dios nos libre— entablar negociaciones de paz, con un argumento simple y comprensible para todos: en la guerra entre Rusia y Ucrania, el tiempo no está del lado de los ucranianos.

Por eso le dije —hace un año— que sería mejor acordar un alto el fuego cuanto antes, porque cuanto más tiempo dure la guerra, más pérdidas sufrirán ustedes, los ucranianos, ya que el tiempo no juega a su favor. La respuesta que recibí muestra claramente los límites de nuestra influencia: me dijo que estaba equivocado, que el tiempo estaba de su lado, que había que continuar la guerra y que la ganarían. Todo esto demuestra que, aunque Hungría debe hacer esfuerzos por la paz también en el mundo de las grandes potencias, ante todo debemos concentrarnos en la paz regional, en nuestro vecindario. Debemos formar alianzas por la paz con todos con los que sea posible. Ya tenemos una con los serbios, tenemos una con los eslovacos, espero que también tengamos una con los rumanos; tal vez con los checos después de las elecciones, Polonia ya ha vuelto en parte, y no debemos renunciar tampoco a los austriacos. Alianzas regionales por la paz —eso es lo que podemos hacer por la paz.

La tercera consecuencia del peligro de guerra es la siguiente: debemos prepararnos para que, en caso de que estalle una guerra, nos quedemos fuera de la guerra. Eso es exactamente lo que yo he estado haciendo desde hace años; este es el principio rector de la política exterior húngara en su nivel más alto de abstracción. Permanecer fuera de la guerra no es una simple declaración, no basta con anunciar que no participaremos; saber mantenerse al margen es una habilidad, una competencia que requiere preparación. Este conocimiento se sostiene sobre cinco pilares. Es decir, si queremos mantenernos al margen, debemos prepararnos para ello. La primera condición y tarea es no ser vulnerables, lo que implica mantener buenas relaciones con todos los centros de poder del mundo. Hoy en día, de los seis centros de poder mundiales, mantenemos buenas relaciones con cinco. Solo hay uno con el que no. Tenemos relaciones correctas con los estadounidenses, los rusos, los chinos, los indios y también con el mundo túrquico. Y no estamos en buenos términos con Bruselas. Cuando hablo de la necesidad de tener buenas relaciones con todos, no me refiero a tomar unas copas y brindar juntos por una amistad mútua y teórica, ni siquiera a afinidades políticas, sino a que cada gran potencia esté interesada —económica y materialmente— en el éxito de Hungría. En otras palabras, que nadie tenga interés en destruir o debilitar a Hungría.

La siguiente condición para mantenerse al margen de la guerra es tener la fuerza necesaria para defendernos. ¡Aquí aún queda mucho por hacer! Aunque el gasto en defensa nacional ya ha alcanzado los 1.750 mil millones de forintos, hemos creado una red de centros de la industria militar defensiva. Si miran el mapa, lo verán claramente: Győr, Zalaegerszeg, Kaposvár, Várpalota, Kiskunfélegyháza, Gyula. Hemos adquirido helicópteros de combate y aviones de transporte, y también estamos desarrollando nuestras fuerzas militares terrestres. De hecho, participamos en proyectos internacionales de desarrollo de tecnología militar de más alto nivel. El ejército húngaro debe adquirir una superioridad tecnológica; necesitamos un ejército de precisión para poder defendernos. Aún queda mucho por hacer.

La tercera condición para que un país pueda quedarse fuera de una guerra es desarrollar capacidades de resistencia ante las crisis, o dicho de forma más sencilla: capacidad de autosuficiencia. Para mantenerse al margen de un conflicto, hay que ser autosuficiente en cuatro ámbitos clave: la industria de defensa, la energía, los alimentos y las capacidades digitales. No voy a repasar ahora todos estos aspectos, ya que hemos hablado de ellos anteriormente. Solo quisiera detenerme brevemente en el tema de las capacidades digitales, ya que la aparición de la inteligencia artificial lo cambia todo. Actualmente tiene lugar una competencia global tan intensa que se dice que Estados Unidos y China hacen un seguimiento mensual, con indicadores concretos, sobre quién lleva la delantera en el uso de la inteligencia artificial y cuántos meses de ventaja o retraso tiene uno frente al otro. El reto es enorme, aunque aún no lo percibamos con la seriedad que deberíamos. La inteligencia artificial transformará el mundo del trabajo, la estructura de la economía, el sistema sanitario, el transporte, la defensa y la administración pública. Lo creamos o no. Podemos bromear diciendo que nosotros no queremos inteligencia artificial, sino inteligencia natural, pero la verdad es que todo lo que pueda hacerse más eficiente mediante cálculos, algoritmos y análisis de datos, se hará más eficiente. Este trabajo debemos hacerlo a nivel nacional, porque la Unión Europea, en esta competencia, no tiene peso alguno. Si esperamos a la Unión Europea y queremos desarrollar nuestras capacidades nacionales en inteligencia artificial dentro de ese marco, no llegaremos a ninguna parte. Por tanto, debemos prepararnos para entrar en esta competencia de forma independiente, convertirnos en un actor regional clave, y cooperar con los demás países de nuestra región.

El cuarto pilar, la cuarta condición para quedarse fuera de la guerra, es la superioridad en recursos humanos. Antiguamente, en tiempos de Klebelsberg, esto se llamaba superioridad cultural. Lo importante que debemos mencionar hoy es que Hungría es el país que más invierte en educación en proporción a su producto interior bruto en Europa — ¡al menos en educación superior con toda seguridad! Además, en formación profesional estamos a la vanguardia dentro de Europa. Tres universidades húngaras están entre el 2 % de las mejores del mundo, y nueve están dentro del 5 % de las mejores.

El quinto pilar y condición para mantenerse al margen de la guerra es un plan a largo plazo, un plan que proporcione la estabilidad —en particular, estabilidad política— necesaria para sostener la no participación en una guerra. Es decir, un plan que trascienda los ciclos políticos y, si es posible, incluso las generaciones. En el centro de este plan debería establecerse un pleno consenso nacional en Hungría sobre un principio fundamental: no podemos encerrarnos en ningún bloque. Formamos parte del sistema de alianzas occidentales, pero también debemos estar presentes en la economía oriental. Esto no es una apertura, sino un equilibrio. La política exterior y la estrategia nacional de Hungría deben aspirar al equilibrio, si queremos vivir las próximas décadas como una nación, como la nación húngara.

¡Después de hablar de la guerra mundial, volvamos a Europa! ¿Habrá guerra europea? La amenaza de una guerra mundial ya se vislumbra, pero la guerra europea es una realidad. No es que vaya a haber una guerra europea: ya la hay. La guerra entre Rusia y Ucrania es una guerra europea. En realidad, Europa lleva jugando con fuego —o, mejor dicho, con el infierno— desde 2014, si recordamos el conflicto de Crimea. La política occidental describe el conflicto ruso-ucraniano como una lucha realizada en el eje de democracia y regímenes autoritarios. No sé si de verdad se lo creen o solo lo dicen, pero lo cierto es que no tiene nada que ver con la realidad, o si acaso lo tiene, no es relevante en el contexto de esta guerra. Porque en el fondo, la idea de que Ucrania pueda pertenecer o quiera pertenecer a Occidente representa una ruptura en el equilibrio de poder entre Occidente y Rusia —independientemente de la democracia. Y la ruptura de un equilibrio de poder, sobre todo si es de carácter militar —como es el caso de la adhesión de Ucrania a la OTAN—, siempre representa una crisis existencial para las partes implicadas. Y así es como van a reaccionar. Occidente no entendió esto, y al intentar atraer a Ucrania hacia sí misma —o, siendo más benévolos, al aceptar tal aspiración ucraniana—, desencadenó una espiral bélica. Es importante recordarnos que, por supuesto, es natural que una nación quiera formar parte de algo —por ejemplo, de Occidente. Y también parecería natural que la OTAN o la Unión Europea le diga: “¡por supuesto, venid!” Pero eso solo lo piensan los aficionados. Porque todo movimiento de este tipo rompe el equilibrio de poder, lo que inevitablemente —para la parte afectada— provoca una reacción inmediata, ya que se trata de una cuestión existencial, de una cuestión de seguridad. La lección para Occidente es que incluso las buenas intenciones pueden provocar una guerra, si esas intenciones se manifiestan en el lugar y momento equivocados, y de forma incorrecta. Abramos aquí un paréntesis para recordar la genialidad de Helmut Kohl y la reunificación alemana, el acontecimiento más determinante de los últimos treinta años. Él fue quien supo presentar la buena causa de la reunificación alemana en el momento adecuado, en el lugar adecuado y de la manera adecuada. En cambio, la atracción de Ucrania hacia Occidente se presentó en el momento equivocado, en el lugar equivocado y con los métodos equivocados —y el resultado fue la guerra.

Es decir, Damas y Caballeros, debo decirles que la guerra —también la guerra europea— no fue una decisión concreta. Y si llega a haber una guerra mundial, tampoco será producto de una decisión identificable, sino un desenlace inevitable. El sistema global es frágil, y en nuestra profesión hay un chiste que ya es casi un lugar común: “Quien inventó el orden global, también inventó el colapso global” — pues quien inventa un tren, también inventa el accidente de tren. Y así es también en este caso. Y si esto sucede, si ya no existe un orden mundial, solo quedarán zonas regionales de supervivencia. Y la gran pregunta es: ¿cómo será la zona de supervivencia europea —es decir, la Unión Europea— dentro de cinco o diez años?, ahora que se ha involucrado tan profundamente en la guerra en Ucrania. Lo que puedo decirles se basa en la experiencia que he reunido durante las últimas cumbres de primeros ministros europeos. La Unión Europea ha decidido entrar en guerra. Ha decidido que, incluso si los Estados Unidos se retiran, la UE continuará apoyando a Ucrania. Y esto, para mí, es una gran decepción, porque la Unión Europea, que fue fundada como un proyecto de paz, se ha convertido en un proyecto de guerra. Hungría ha decidido no ir a la guerra. La Unión Europea ha decidido que Hungría también debe ir a la guerra. Y ha decidido que, para lograr que Hungría entre en la guerra, debe haber un gobierno en Hungría que sea pro-ucraniano y pro-Bruselas.

Este es el esquema fundamental de la política interna húngara hoy. Y nosotros hemos decidido que ni el partido Tisza, ni el DK gobernarán — porque queremos que Hungría tenga un gobierno nacional y partidario de la paz.

Esto se relaciona también con el hecho de que la Unión Europea ha publicado el borrador de su presupuesto plurianual de siete años. Una lectura densa. Si alguien logra digerirlo, verá que se trata de un presupuesto de guerra. Todo lo que aparece en él está formulado según la lógica de la guerra. El 20 % del dinero va a Ucrania, y lo que queda tampoco se destina al desarrollo, a la agricultura ni a los agricultores, sino a una preparación bélica. Este presupuesto describe una Unión Europea que está en guerra con Rusia, que libra una guerra contra Rusia en territorio ucraniano. Es un presupuesto de una Unión Europea que quiere derrotar a Rusia en Ucrania con la esperanza de que una derrota militar desestabilice el sistema gubernamental ruso, lo que abriría el camino a un cambio de régimen —abro paréntesis: palabras del presidente Biden, “Putin must fail”, cierro paréntesis—, lo que a su vez abriría paso a la política liberal y permitiría el regreso de los tiempos de Yeltsin, y que el negocio vuelva a empezar. Así puedo resumir brevemente la respuesta a la pregunta: ¿por qué? Hungría no está interesada en un presupuesto de guerra; necesitamos un presupuesto que apoye la paz y el desarrollo. Por eso no aceptamos el borrador presentado ni siquiera como base de negociación. Hace falta otro. Nuestra tarea se ve facilitada por el hecho de que, según veo, hasta las elecciones húngaras los de Bruselas no tienen muchas ganas de negociar con nosotros. Después ya veremos, porque estamos hablando de al menos dos años de negociaciones. Quisiera hacer un paréntesis sobre los fondos europeos. ¿Quién los trae a casa y a qué precio? Ya hemos traído a casa la mitad del dinero que nos corresponde —12 mil millones de euros—, está en nuestras cuentas, y la economía húngara lo está utilizando. Pero también tenemos que traer la otra mitad. Y lo conseguiremos, porque la adopción del nuevo presupuesto de siete años requiere unanimidad. Y mientras no recibamos los fondos que nos deben, no habrá nuevo presupuesto europeo. Los traeremos a casa sin hacer ninguna concesión en cuanto a nuestra soberanía.

La verdad es que los del partido Tisza y los del DK, así como su tándem, también traerían el dinero. Creo que incluso tienen un acuerdo con Bruselas: recibirán el dinero a cambio de apoyar la guerra en Ucrania, aceptar la adhesión de Ucrania a la Unión Europea, aplicar el pacto migratorio, derogar la ley de protección infantil, retirar los impuestos especiales a las multinacionales y eliminar la reducción de las tarifas de los servicios públicos. Es decir, habrá dinero a cambio de nuestra soberanía. Esa es su opción. Yo propongo que lo traigamos nosotros.

También debo decir algunas palabras sobre lo que hace Europa y por qué lo hace. Actualmente, Europa –según lo decidido en las sucesivas cumbres de los primeros ministros– ha asumido el papel de apoyo a nivel global de una ideología que podríamos llamar progresista o woke, frente a la cual el presidente Trump en Estados Unidos luchó, ganó, y actualmente está en proceso de desmantelarla. Es decir, la Unión Europea se ha situado en un papel tal que la administración presidencial de los Estados Unidos ya no la considera una organización internacional con la que tiene discrepancias, sino un oponente político. Por eso, la actual dirección de la Unión Europea –y lo digo en referencia a las disputas arancelarias en curso– siempre cerrará acuerdos con los Estados Unidos en último lugar y en las peores condiciones posibles. La dirección actual ha puesto a la Unión Europea en una trayectoria forzada que nos lleva hacia una guerra comercial que no podemos ganar. Se necesita un cambio de liderazgo en la Unión Europea. Los líderes de la UE también pensaron que, si confrontábamos a China junto con los Estados Unidos, eso nos acercaría a Washington. Sin embargo, Von der Leyen y sus colegas se han visto decepcionados en esa expectativa, y además de haber empeorado drásticamente las relaciones entre la UE y China, los Estados Unidos se están retirando gradual y sistemáticamente de la guerra entre Rusia y Ucrania. Su última oferta generosa fue permitir que los europeos compren armas estadounidenses para entregárselas a los ucranianos. Así estamos. Esto significa que Bruselas, al no estar dispuesto a un alto el fuego y a la paz, pretende llenar el vacío económico, financiero y militar dejado por la retirada de los Estados Unidos. Y eso excluye la posibilidad de normalizar nuestras relaciones con Rusia. En resumen, la situación actual en Europa es la siguiente: Bruselas se prepara prácticamente para una guerra fría o comercial con los Estados Unidos y China, mientras se encuentra involucrada en una guerra caliente con Rusia, y al mismo tiempo quiere prolongar y profundizar su participación en la guerra en Ucrania. Así están las cosas.

Una persona en su sano juicio debe hacerse la pregunta: pero ¿por qué? ¿cuál es el sentido de todo esto? Especialmente si, según nuestra convicción, esto va en contra de los intereses de los Estados miembros, y cada vez más la mayoría de los ciudadanos europeos tampoco apoya esta política. ¿Por qué lo hacen? Naturalmente, yo solo puedo ofrecer puntos de vista. Aún no ha logrado el equipo de Rogán hacerse con el documento secreto que podría responder a esta pregunta, por lo que solo disponemos de nuestras posibilidades intelectuales, y puedo ofrecer algunas consideraciones para intentar responderla. La primera consideración es que existe un plan maestro federalista. La Comisión Europea en Bruselas considera cada crisis como una nueva oportunidad para ir construyendo una Europa federal, unos Estados Unidos de Europa. Obsérvenlo: cada vez que ha estallado una crisis –financiera, migratoria, virológica como la del COVID, o ahora la bélica–, siempre se ha tomado la decisión de ampliar las competencias de Bruselas y retirar competencias a los Estados nacionales. Cada crisis funciona como un cohete portador, una lanzadera: toda crisis es una oportunidad, incluida esta crisis bélica, para seguir construyendo la federación bruselense.

La segunda consideración desde la cual podemos buscar una respuesta es que la verdad es que la gestión presupuestaria de la Unión Europea hoy en día solo puede mantenerse mediante una economía de guerra y préstamos de guerra, porque ha perdido su competitividad.

Y, en tercer lugar, también puede considerarse un aspecto que la adhesión de Ucrania a la Unión podría garantizar la protección de los intereses que ciertos actores económicos tienen en ese país, estableciendo para ello un Estado miembro de la UE bajo control directo. Esto también se refleja claramente en la disputa actual entre Zelenski y la Comisión Europea. Solo quiero decirles una cosa al respecto: en los últimos diez años dejamos salir al Reino Unido, pero ahora queremos admitir a Ucrania. Esto es una locura desde el punto de vista económico, pero tiene su lógica. Es una locura, pero con su propia lógica. Porque el Reino Unido es soberanista y nunca aceptaría una Europa federal, mientras que Ucrania sí. ¿Dejar salir al Reino Unido y admitir a Ucrania? Es una locura, pero con lógica.

¡Damas y Caballeros!

También tengo mucho que decir sobre lo que podemos hacer al respecto, pero, siguiendo el consejo de Zsolt, lo dejaré entre paréntesis por ahora. Sin embargo, hay dos temas sobre los que sí debo compartir algunas reflexiones. En primer lugar, sobre la gran estrategia de Hungría.

Dado que Zsolt me ha limitado el tiempo, no tendré oportunidad aquí de hacer una exposición sofisticada y matizada; quizás haya más posibilidades de hacerlo en las carpas, en el marco de los debates sectoriales. Por ahora, solo les ofrezco un resumen sintético.

¿Qué significa en realidad la gran estrategia húngara? Hablemos ahora en nuestro propio lenguaje, tal como estamos aquí reunidos. No se desanimen, que todo esto podría decirlo de forma mucho más elegante, incluso en el lenguaje de Bruselas. Pero la esencia de la gran estrategia húngara parte de lo siguiente: en 1920 fuimos derrotados, o más precisamente, fue entonces cuando se consolidó y se sancionó oficialmente nuestra derrota. Y fueron nuestros enemigos quienes decidieron sobre nosotros. Y decidieron que Hungría sería pequeña y pobre. Ese sería nuestro destino. Nosotros estamos en la política precisamente para cambiar ese destino, y esta es la esencia de nuestra estrategia nacional. Es decir que Hungría será grande y próspera. Antes de que empiecen a redactarse las notas diplomáticas de protesta en los países vecinos, recomiendo a los traductores que, al llegar a la parte que dice “Hungría será grande”, usen la palabra great, como lo hace el presidente de los Estados Unidos en su lema “Make America Great Again”, y no la palabra big, para evitar malentendidos.

¿A qué preguntas debe responder una gran estrategia húngara? La primera pregunta es: ¿habrá gente? La segunda: ¿habrá materias primas y energía y de dónde las obtendremos? Tercera: ¿de dónde obtendremos capital? Cuarta: ¿de dónde obtendremos conocimiento? Quinta: ¿cómo seremos capaces de defendernos? Y sexta: ¿cómo lograr que no se nos excluya de las decisiones internacionales? Sobre esto también tengo una exposición más extensa que, por sugerencia de Zsolt, dejaré entre paréntesis por ahora. Pero sí quiero decirles algo: no nos estamos preparando para la importación de personas. Lo que necesitamos es una nación favorable a las familias. Y una nación favorable a las familias se escribe, al menos, en dos palabras – si escribimos “favorable a las familias” en una sola –; familia y nación. No crean en las estadísticas de la Unión Europea que actualmente afirman que el sistema de apoyo familiar húngaro se sitúa en la segunda mitad entre los Estados miembros. Porque esas estadísticas solo toman en cuenta el apoyo financiero directo entregado en mano. La realidad es que, si sumamos todo – deducciones fiscales, ayudas para la vivienda y demás –, somos el país que más gasta en apoyo a las familias en toda la Unión Europea. Además, ahora está ocurriendo en Hungría algo que no solo no ocurre en ningún otro lugar de Europa, sino que ni siquiera es concebible, ya que cuando se lo cuento a mis interlocutores europeos, tengo que repetirlo. No por mi inglés imperfecto, sino porque creen que han escuchado mal: en Hungría, las mujeres que tienen al menos dos hijos no pagan impuesto sobre la renta durante toda su vida, independientemente de la edad de sus hijos. ¡Esto no existe en ninguna otra parte del mundo! Y ahora vamos a llevar a cabo – o mejor dicho, estamos ofreciendo – una oportunidad también para los jóvenes, con el fin de lograr un avance significativo entre ellos. Seguramente han oído hablar del préstamo para vivienda con interés fijo al 3 % que existe en Hungría. Si no lo han oído aún, seguro lo harán cuando empiece la campaña de promoción. Esto significa que, cuando un joven húngaro alcanza la edad de 18 años y se convierte en adulto, y decide que quiere formar parte de la nación no solo culturalmente o desde la tradición, sino también como propietario, se le abre una oportunidad para tener su propio hogar.

Después de todo esto – ¡por insistencia de otros! – quiero hablar sobre por qué el futuro pertenece a Europa Central. ¡Por la migración, queridos amigos! Vale la pena hacerse la pregunta: ¿por qué Occidente no pudo defenderse de la migración, mientras que Europa Central sí lo logró? Algunos datos para ilustrar la gravedad de la situación: en Alemania, el 42 % de los alumnos tiene antecedentes migratorios. En Francia, el 40 % de los niños menores de cuatro años tiene origen migratorio. En Viena, el 41,2 % de los estudiantes es de religión musulmana, mientras que el porcentaje de cristianos es del 34,5 %. Esto sucede en Viena – ¡a 230 kilómetros de Budapest! De estos y otros muchos datos se desprende que los países al oeste de nosotros se han convertido en sociedades irreversiblemente mixtas, con una proporción creciente de población musulmana. Las grandes ciudades, en un futuro previsible, se convertirán en zonas de mayoría musulmana: se producirá un cambio poblacional en los centros urbanos. Europa sigue siendo un destino para la migración. Aquí ya existen comunidades receptoras bien establecidas. Quien parte hacia Europa no viene a la nada, sino a encontrarse con alguien que lo espera y lo acoge. Y cuando África comience realmente su éxodo –lo cual está por venir–, Occidente, con una sociedad tan marcada por la migración en su interior, no podrá defenderse a sí mismo.

Debo decir que, dentro de aproximadamente diez años, una de las tareas más importantes del entonces primer ministro, de la mayoría parlamentaria y del país de ese momento será también proteger nuestras fronteras occidentales de la migración. ¡No solo las del sur, sino también las occidentales! No dejemos de hacernos esta pregunta –porque en ningún otro lugar se puede hablar de esto, salvo en una universidad libre, querido Zsolt–: ¿por qué no pudieron defenderse? Tal vez esta sea la lección más importante para nosotros, en el sentido de cuál es el error que no debemos cometer. El agua en la olla se calienta lentamente, la rana aún parpadea, pero ya no es capaz de saltar fuera. ¿Por qué no saltó antes?

En el año 732 d. C., en Poitiers tuvo lugar el último conflicto que decidió la existencia de naciones —digámoslo así— en el eje franco-alemán y en los territorios al norte de este (dejando ahora de lado a los españoles y a los italianos del sur), donde la supervivencia como nación se vinculó directamente al cristianismo. Esto ocurrió hace 1.300 años. Desde hace 1.300 años, el mundo occidental no vivió ninguna experiencia en la que la preservación del cristianismo y la supervivencia nacional hubieran estado entrelazadas. Si pierdes el cristianismo —no sabemos cómo exactamente—, pero tarde o temprano, de alguna forma, también perderás tu existencia como nación. Esta comprensión no forma parte del sistema instintivo nacional de Occidente. En cambio, la Constitución húngara es clara y afirma: reconocemos el papel del cristianismo en la preservación de la nación. Cuando digo esta frase en Occidente —lo he hecho en ocasiones—, no la entienden, porque en su historia esto no ha sido así. Simplemente, hasta ahora esta frase no tenía sentido para ellos… Ahora están empezando a intuirlo, ¡pero ya es demasiado tarde! No sonó ninguna alarma en su mente, este reflejo falta en su instinto nacional, y por eso su patria de antaño, bien conocida por ellos, ya no existe. La pregunta es si el cristianismo aún podrá sostenernos a nosotros, en esta presión migratoria continua y cada vez mayor.

Como mencioné antes, entre 1990 y 2020 la población mundial implicada en la migración se duplicó, alcanzando los 300 millones. Esta es la cantidad de personas que se están desplazando, y si alguien observa lo que está ocurriendo en África, puede ver claramente los desafíos que se avecinan para Europa. He reflexionado mucho sobre la interrelación entre el cristianismo y la política dentro del marco de la migración. Aunque les voy a ahorrar una exposición extensa al respecto, sí quiero compartir con ustedes que, en mi opinión, existen tres etapas fundamentales en esta interrelación. Hay tres estados. Primero, hubo una etapa —en pasado— en la que la mayoría de las naciones europeas tenían una fe viva. No simplemente eran religiosas o cultas, sino que poseían una fe viva. A esto lo llamamos cristianismo de fe. La secularización lo fue sofocando lentamente. Nos hemos venido hundiendo así a una situación donde la fe viva se va reduciendo, pero la cultura nacida del cristianismo —como sistema de coordenadas— aún sigue proporcionando a los pueblos una orientación sobre lo que es bueno o malo, lo que se piensa sobre la relación entre hombre y mujer, la familia, los hijos, los padres, la responsabilidad, el prójimo, uno mismo, el pecado, la virtud, el castigo o el perdón. Este sistema de referencia que proviene del cristianismo de fe es lo que yo llamo cristianismo cultural. Y ahí es donde se encuentra hoy Europa Central. La tercera etapa, la que viene después, es la del estado cero en términos religiosos, lo que también podríamos llamar “cristianismo cero”. Es la situación en la que el cristianismo, incluso como cultura, deja de servir como sistema de coordenadas, y sencillamente desaparece de la vida de los países. Existe un punto de inflexión, un momento de rendición cultural que, en mi opinión, llega cuando se acepta y se legaliza el matrimonio entre personas del mismo sexo. Ese es el punto de inflexión. Esa decisión niega los fundamentos básicos de la convivencia cristiana. Ahí es donde se encuentran actualmente los países occidentales. Y en ese estado es que les ha alcanzado la migración masiva. Este estado los ha dejado incapaces de defenderse. ¿Es posible hundirse incluso más para ellos? ¿Podremos nosotros afianzarnos donde estamos, o incluso regresar al mundo de la fe viva con su poder sustentador? No sé las respuestas a estas preguntas. Pero sí sé que eso depende solamente de nosotros y de los jóvenes, de nuestros hijos, a quienes nosotros hemos criado. ¿Les hemos enseñado que, si son húngaros, deben hacer lo que les corresponde? Y lo que les toca es preservar lo que tenemos, conseguir lo que aún no tenemos, pero necesitamos, y rechazar todo aquello que no necesitemos. Ahora se decidirá qué clase de padres hemos sido.

¡Gracias por su atención!

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